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Cataluña de nuevo
La gente no entiende, pero hace esfuerzos para entenderse, y nosotros también los hacemos, y además simulamos que nos entendemos.Hace tiempo que no tocaba este tema. Ahora que está ya a punto el «visto para sentencia» del juicio a los líderes políticos independentistas por los hechos de setiembre y octubre de 2017 me parece que está claro que el problema sigue vivo y enquistado. No hay nada que nos de la esperanza de una pronta solución ni parece que haya ninguna voluntad de buscarla. Los que niegan el derecho de autodeterminación a los independentistas son incapaces de ofrecer nada nuevo. Y los independentistas son incapaces de forzar el dialogo imprescindible para poder llegar a algo positivo.
Jaume Sisa (Barcelona 1948)
De vez en cuando llega a mis manos un poco de lucidez. En este caso se trata de un artículo de Xavier Diez en Diario 16 titulado Cero apellidos catalanes. La idea de este post es motivaros a leer las reflexiones de este autor que es un escritor e historiador catalán especializado en los movimientos sociales en el siglo XX. Aunque es largo creo que merece la pena ser leído si tenéis interés en comprender por donde van los tiros. En él se dicen cosas como:
Nos engañaríamos al creer que el prejuicio anticatalán es algo reciente. De hecho la represión contra Cataluña ha sido una de los elementos sobre los cuales se ha conformado la identidad española, puesto que ya se sabe que pocas cosas cohesionan tanto como un enemigo externo o interno. Pocos saben que el apelativo “polaco” tiene su origen en los primeros años de la postguerra en el que el ejército franquista, emulando a la Wehrmacht, denominaba así a sus reclutas catalanes para recordarles su condición de pueblo sometido. Las arengas anticatalanas de Quevedo tenían que ver con su espíritu antimonárquico “Son aborto monstruoso de la política, libres con señor”, es decir, que no se sometían al espíritu absolutista de la monarquía española. De hecho, una de las señas de identidad de Cataluña es su aversión al poder y tradición libertaria. Incluso el historiador Jaume Vicens Vives contabilizó hasta 11 revoluciones (el pueblo europeo más revolucionario), lo que lo hace especialmente incómodo a un régimen que proviene directamente del totalitarismo más longevo de Europa, e incapaz de deshacerse de una monarquía rancia como la que ocupa la jefatura del estado actual.Me gustaría haber despertado en vosotros el interés por la lectura del artículo completo.
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Pero sin duda, lo que muy a menudo se ha olvidado es que con sus 2,7 millones de residentes justo antes de la guerra civil, Cataluña acogió a más de 1 millón de refugiados de las áreas en las que el ejército nacional español controlaba. Un millón de refugiados que escapaban de una muerte segura o una represión que, sin exagerar, el historiador británico Paul Preston ha calificado del “holocausto español”. Muchos de ellos consiguieron exiliarse hacia el final de la guerra (440.000 es la cifra del éxodo republicano de 1939), aunque otros muchos pudieron quedarse incorporándose a una sociedad catalana hostil al franquismo.
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Contrariamente a la propaganda catalanófoba y las acusaciones absurdas de supremacismo, fueron precisamente los padres andaluces, extremeños o murcianos quienes presionaron a las autoridades educativas para que la escuela hiciera del catalán la lengua vehicular. Se trataba de una estrategia social. Las familias consideraban que sus hijos debían dominar la lengua del país para obtener mayores posibilidades laborales, pero también para interactuar, en pie de igualdad, en la sociedad de acogida.
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Pero también existen otros factores que generan angustia. Como creo que debería quedar claro, es catalán todo aquel que vive, trabaja (o no) en Cataluña y no le es hostil. En otras palabras, es catalán todo aquel que quiere serlo. Una Cataluña étnica es inviable. Según el Instituto de Estadística de Cataluña, únicamente un 24 % de los residentes catalanes tienen los cuatro abuelos nacidos en Cataluña (y alrededor del 16% tiene “ocho apellidos catalanes”). En cambio, según las encuestas, el porcentaje de independentistas oscila, en los últimos años, entre el 45 y el 55%, que se eleva al 60% entre los nacidos en Cataluña, aunque también entre los menores de 40 años, y creciendo. Más curiosidades, el 31% de los independentistas no tienen ningún abuelo nacido en Cataluña, porcentaje que crece a medida que los encuestados se definen más de izquierdas o poseen mayor nivel formativo. Esto del nivel formativo no tiene que ver tampoco con ningún “supremacismo”, sino por el hecho que suele corresponder a personas que han tenido más contacto con la pluralidad del país. Por ello, si no fuera por la mala fe e intención de quienes pretenden desacreditar el independentismo y a los independentistas a base de considerarlos racistas o supremacistas, la identidad no tiene que ver con la genealogía, ni siquiera con el nacimiento, sino, simplemente con la voluntad. Cero apellidos catalanes, como es el caso de quien esto escribe, o como Antonio Baños, o como David Fernández, nos da suficiente libertad para ser lo que nos da la gana.
Un abrazo.
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